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Permiso para soltar el pecho



Nuestra civilización nos prohíbe expresarnos libremente. Obedeciendo, aprendemos a aguantar la respiración y endurecer el pecho.

Michael Landau


 

El momento EUREKA más dramático de mi formación de Feldenkrais era el momento donde sentí crujir mi pecho, y por primera vez en años percibí las articulaciones entre las costillas y el esternón; descubrí que la caja torácica no es una caja dura. Casi pude imaginar al esternón como hecho de goma; mi respiración se hizo profunda y placentera; las costillas se sentían como un acordeón en manos de un virtuoso; las vértebras dorsales, que se habían movido en bloque por años, empezaban a movilizarse felizmente en todas las direcciones: flexión, extensión, flexión lateral, rotación.


Era un momento feliz, como de un niño que descubre algo nuevo y lo repite con alegría muchas veces.


En mis clientes me encuentro constantemente con el fenómeno del pecho tieso. Lo veo inmediatamente porque lo conozco tan bien de primera mano. Es tan común que lo llego a ver como un mal cultural: es claramente un comportamiento adquirido; ningún bebé nace con la caja torácica como un bloque.


Un niño común, antes de llegar a la escolaridad formal, ha escuchado en promedio 40.000 veces “No”, y solo 5.000 veces un “Sí”. Muchos de estos “no” son necesarios y tienen que ver con el cuidado y la seguridad del bebé. Pero una gran cantidad de estos “no” son “educativos”: nos enseñan a diferenciar los comportamientos aceptados de los prohibidos. Un niño varón típicamente ha aprendido que los hombres no lloran; una niña comúnmente aprende a no expresar la rabia: las mujeres deben ser dulces y complacientes... En ambos casos, aprendemos a tragarnos las emociones mal vistas, a no mostrarlas, y en muchos casos, incluso a no sentirlas conscientemente.


Las emociones tienen su componente físico, suceden en el cuerpo, y reprimirlas también es un acto físico: lo primero que hacemos para sofocar una emoción es aguantar o cortar la respiración. Hazlo de manera habitual y conseguiste endurecer el pecho. Sucede sin darte cuenta de manera automática e inconsciente: se ha convertido en un hábito.


El precio que pagamos por este hábito es alto. Se reduce la movilidad de la columna vertebral, y en particular la parte dorsal, o sea, la del medio. Como consecuencia, se sobre-exigen la parte superior y la inferior: el cuello y la columna lumbar. La enorme cantidad de personas que sufren dolores y daños en una de estas zonas, o en ambas, es la expresión del precio que pagamos. Además, la respiración se vuelve superficial e incompleta; todos los sistemas del cuerpo reciben menos oxígeno y retienen más CO2 de lo que deberían. La inmovilidad del pecho se hace más evidente en la vejez, donde resulta en dificultades en las funciones motoras básicas: girar, sentarse y levantarse de la silla, agacharse, etc.


Mis clases en movimiento tratan de ese tipo de hábitos: lo examinamos, exploramos e identificamos nuestra manera habitual de movernos, de hacer las cosas. Ponemos atención; nos movemos lentamente; miramos de cerca los detalles de la acción; buscamos opciones alrededor de lo habitual; abrimos nuevas posibilidades; encontramos maneras más cómodas, más eficientes, más agradables, menos dañinas, de hacer lo que hacemos.


Con la auto-conciencia, con la atención, y en movimiento, soltamos la tensión innecesaria y construimos nuevos hábitos. Ablandamos el pecho duro. El alivio es maravilloso y la alegría al moverse es preciosa. Las repercusiones emocionales, relacionales y motrices son tremendas.


Date un permiso para soltar el pecho. Vuelve a moverte como un niño antes de los 40.000 NOs.



Las clases de Autoconciencia a través del movimiento® empiezan en octubre en Santiago.


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